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Novedad turística.


De acuerdo con las últimas estimaciones, la temporada turística 2003-2004 se presenta brillante para la Argentina y sus devastadas arcas.
Sólo en la ciudad de Buenos Aires hay un 35 por ciento más de turistas extranjeros con respecto a 2003, y el gobierno porteño prevé que en toda la temporada se llegará a casi un millón y medio de veraneantes foráneos. Como, según los cálculos de la Subsecretaría de Turismo de la ciudad, cada turista extranjero gasta en promedio 200 pesos por día (los de los cruceros, entre 100 y 200 dólares diarios), en marzo próximo se pueden alcanzar entre 290 y 330 millones de pesos de recaudación.
Además, no debe dejarse de lado que, para muchos de estos viajeros, Buenos Aires suele ser la primera escala de un largo viaje por el país, que generalmente incluye lugares igualmente bellos y representativos de nuestra abundante y variada oferta turística.
Todas estas realidades tan auspiciosas son, por cierto y en primer lugar, consecuencia de la recuperación de la imagen de Buenos Aires y de la Argentina en el exterior, a la que habría que agregar, obviamente, las ventajas cambiarias.
Sin embargo, existe también otra razón tan importante como las enunciadas más arriba y ésa es la continuidad de las políticas puestas en práctica para la difusión de los múltiples atractivos del país. Efectivamente, a mediados de 2000, y desde estas mismas columnas, ante la presentación del denominado Plan Nacional de Desarrollo Turístico 2000-2003, que se proponía lograr un incremento vigoroso de las ofertas que el país estaba en condiciones de presentar, generar nuevas inversiones, aumentar el movimiento turístico hacia el país y dentro de él, y aprovechar todo ese crecimiento para crear nuevos puestos de trabajo, opinábamos que ninguna de esas metas podría ser alcanzada si no mediaba una activa y continuada política de perfeccionamiento del sector.
Hoy, casi tres años después -y contabilizando en el debe la debacle económica que desalentó radicalmente muchos proyectos, o los demoró o suspendió sine die-, el panorama que se presenta es muy alentador. Por ejemplo, el dato de que, entre diciembre y lo que va de enero, la ocupación hotelera (de 5 y 4 estrellas) rondó entre el 55 y el 70 por ciento, contra el 20 por ciento de la última temporada, está íntimamente relacionado con otro hecho igualmente importante: que el mercado hotelero no sólo logró recuperarse en la prestación de sus servicios, sino también en el sector de la construcción. El año último continuaron o se aceleraron importantes proyectos arquitectónicos, se inauguraron obras por un valor de 39,5 millones de pesos y se invirtieron 498,5 millones de pesos en obras en marcha.
Como se ve, los inversores locales, a veces en conjunto con inversores extranjeros, han vuelto a depositar su confianza en el país y en gran medida esto se debe a que no hubo -como ha sido costumbre argentina de larga data- una ruptura entre lo que se había avanzado en la materia durante el gobierno de De la Rúa, cuando el entonces secretario de Turismo, ingeniero Hernán Lombardi, delineó los principales aspectos de la política para el sector, y lo realizado a continuación por Daniel Scioli, su equivalente en el gobierno de Eduardo Duhalde. Scioli supo continuar con lo hecho por Lombardi y crear nuevas oportunidades.
Por supuesto, es cierto que todavía queda mucho por hacer. Falta, por ejemplo, una mayor integración entre el sector público y el privado para promocionar el turismo a la Argentina en otros países; falta, también, mejorar la infraestructura en rutas y aeropuertos, y sería excelente fortalecer la modalidad del turismo cultural, el gran boom de estos últimos años en el mundo.
Y está también el tema de la inseguridad, del cual han dado buena cuenta las crónicas periodísticas con la serie de asaltos sufridos por turistas extranjeros en los últimos días. Pero terminar con este maltrato -que en una versión menos siniestra se manifiesta también cuando se cobran tarifas excesivas o precios desorbitados, o no se atiende con la cordialidad y eficiencia necesarias- es una responsabilidad que nos cabe a todos como integrantes de la sociedad argentina. Todos debemos colaborar para que el otro, es decir, el turista extranjero, pero también el local, sea tratado como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Porque por cada visitante que experimente una placentera e inolvidable estada en nuestro país habrá muchos otros que quieran a su vez tener esa misma oportunidad.
Entonces, la "industria sin chimeneas" no sólo traerá duraderos beneficios económicos, sino un impensado beneficio extra: también ayudará a que maduremos como sociedad.

El Canal de Panamá


El Canal de Panamá es un canal de navegación, ubicado en Panamá, en el punto más angosto del istmo de Panamá, entre elMar Caribe y el océano Pacífico. Inaugurado el 15 de agosto de 1914, ha tenido un efecto de amplias proporciones al acortar la distancia y tiempos de comunicación marítima, produciendo adelantos económicos y comerciales durante casi todo el siglo XX. Proporciona una vía de tránsito corta y relativamente barata1 entre estos dos grandes océanos, ha influido en algún grado sobre los patrones del comercio mundial,2 ha impulsado el crecimiento en los países desarrollados1 y les ha dado a muchas áreas remotas del mundo el impulso básico que necesitan para su expansión económica.
 La ampliación de la capacidad del Canal de Panamá constituye una de las grandes obras de ingeniería del siglo XXI, ya que aumentará en un 40% la capacidad de tránsito de mercancías de las actuales vías marítimas que unen el Atlántico con el Pacífico. Se construirán nuevas esclusas que estarán conectadas con el sistema de cauces existente. Estas dimensiones permitirán navegación cruzada en sentidos opuestos de buques de mayores dimensiones que los permitidos actualmente. Las obras de ejecución del proyecto no afectarán al funcionamiento del Canal. Por Vanessa Marsh.

Es una obra de igeniería muy compleja aunque simple de entender. No es como muchos creen un canal entre el Atlántico y el Pacífico, así a secas. Tiene un procedimiento complejo (que en este mapa interactivo se aprecia muy bien), se trata de elevar con agua al barco, puesto que el paso se realiza a través de lagos internos, y cruzar así el estrecho. Una vez llegado al final, nuevamente por sistema de esclusas, se vuelve a bajar el barco hasta el nivel del mar.

La trayectoria es lenta y duradera, y hay que pagar un peaje, pero sin duda te ahorras un tiempo que bien lo merece (como supongo sabreis, la otra opción para pasar del Atlántico al Pacífico es bajar hasta el sur de Argentina y Chile y rodear el cabo de Hornos).

Nuevamente una demostración del poder que el hombre tiene en sus manos de manejar a su antojo el mundo. Y para terminar un pregunta que espero